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El
emprendimiento se considera un motor de la innovación y el crecimiento. Prestar
especial atención a la implicación de la mujer en este ámbito se hace
inevitable en tanto representa un grupo social de fuerza relevante en lo que a
creación de empresas se refiere. Es necesario incidir en las diferencias de la
figura de la potencial emprendedora, sus rasgos psicosociales, los estímulos y
los principales obstáculos que encuentran las mujeres al iniciar una actividad
empresarial. El objetivo principal es centrarse en profundizar en dichas
diferencias. Entre los emprendedores tienen una menor iniciativa emprendedora
en las mujeres, que además consideran en mayor medida el temor al fracaso como
un obstáculo a la hora de pensar en la creación de una empresa propia. También
son distintos los atributos asociados por género a una mayor probabilidad de
acometer este tipo de proyecto en el futuro.
Actualmente existe unanimidad en la importancia de
la creación de nuevas empresas por su implicación en el desarrollo de las
economías, la generación de nuevos puestos de trabajo y su papel de motor de
innovación, bienestar y creación de riqueza.
Sin embargo, más controversia existe sobre la
figura del emprendedor, el protagonista de la creación de empresas.
Centrándonos en la perspectiva de género,
empíricamente existen evidencias que confirman el hecho de que las mujeres son
menos emprendedoras que los varones.
Así, en un reciente estudio, Congregado et al.
(2008) aportan
el dato del colectivo de emprendedores en España, que está formado
mayoritariamente por hombres, con un porcentaje en 2006 de más del 70%, frente
a un 29,4% de mujeres.
Además, en las últimas tres décadas no ha habido
cambios significativos en esta situación. Encontramos que el comportamiento de
las mujeres emprendedoras (por su escasez) contrasta con el registrado por el
conjunto de población ocupada, que muestra una presencia femenina que aumenta
progresivamente en las últimas décadas.
Observando los datos a nivel internacional se
constata que la actividad emprendedora femenina es muy inferior a la masculina:
26% en Reino Unido (Carter, 2000), 26% en Francia (Orhan y Scott, 2001), 25% en
Suecia (Holmquist, 1995), por ejemplo.
Asimismo, los datos del Eurobarómetro (2007)
muestran una diferencia notable en el porcentaje de mujeres que preferiría el
autoempleo si pudiera elegir (39,4% frente al 50,2% de varones). Y las
diferencias se mantienen en cuestiones como si se desea crear una empresa
propia en los próximos 5 años (26,7% de respuesta afirmativa en mujeres frente
al 33,4% de varones) y si se considera factible (26,1% frente a 37,6%).
A pesar de la presencia cada vez mayor de la mujer
en el trabajo, en el ámbito directivo, existe todavía una brecha considerable
en el porcentaje de empresas creadas por varones y mujeres en el ámbito de la
UE. Adicionalmente, los datos económicos ponen en evidencia la necesidad de
prestar una mayor atención al fenómeno económico y social que supone la
actividad empresarial femenina.
Se pone de manifiesto una menor iniciativa
emprendedora en las intenciones de las mujeres, que además consideran en mayor
medida el temor al fracaso como un obstáculo a la hora de pensar en la creación
de una empresa propia. También son distintos los atributos asociados a una
mayor probabilidad de acometer este tipo de proyecto en el futuro. Así, si para
las mujeres destaca la iniciativa, la creatividad y la autoconfianza como
aspectos asociados al emprendimiento, para los varones, en cambio, se relaciona
con características como el deseo de enfrentarse a nuevos retos o el entusiasmo
ante los proyectos. Ello se explica en gran medida por el distinto papel social
que nuestra cultura atribuye al varón y a la mujer, sus distintos roles en la
célula social básica, la familia, influyen inevitablemente en sus ambiciones
personales, en su propensión a aceptar retos, etc.
Opinamos que los programas de fomento de la
actividad emprendedora deben tener en cuenta las diferencias de percepción y de
cultura emprendedora entre géneros.
A modo de ejemplo, sería necesario trabajar en la
reducción del temor al fracaso empresarial entre las mujeres, por lo que sería
recomendable la promoción en todos los estamentos educativos, inclusive desde
los primeros niveles formativos, de la figura del emprendedor, incrementando la
proyección y el prestigio de esta figura y buscando modelos de empresaria
femenina que sirva como referente a este colectivo, aspectos que se echan en
falta desde los círculos de empresarias en la actualidad.
Se debe pensar en que cualquier programa de apoyo a
la actividad emprendedora femenina debería también de diferenciar las
diferentes etapas de su vida laboral y personal (edad juvenil-reproductiva-post
reproductiva, estabilidad familiar, etc.) y ha de contar necesariamente con una
evaluación de su efecto a corto y medio plazo para controlar la eficacia del
mismo y desembocar en las actuaciones futuras pertinentes.
Raúl Jaime Maestre
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